La demencia salvó a Fabio
Fabio tiene 80 años y un diagnóstico de cáncer de pulmón metastásico. Durante meses recibió quimioterapia paliativa. Todo el año fue un lento desdibujarse: cada vez más cansado, más irritable, menos interesado en lo que antes lo hacía reír. La comida dejó de gustarle, los días se le fueron entre citas, exámenes y salas de espera.
En agosto, una complicación inesperada llevó a una hospitalización de 20 días. A partir de ese momento, su equipo médico decidió suspender definitivamente la quimioterapia. El cuerpo de Fabio ya no podía más.
La otra enfermedad que avanza en silencio
Además del cáncer, Fabio tiene demencia. No una demencia devastadora que arrebata por completo la autonomía, sino una que avanza despacio, sin prisa, permitiéndole aún vestirse solo, comer con gusto, caminar por la casa y conversar con su familia.
La demencia le dificulta recordar que tiene cáncer.
Y en su caso —aunque suene duro, contradictorio o incluso incómodo de nombrar— eso fue una bendición.
La demencia lo salvó del peso del futuro
Cuando alguien vive una enfermedad incurable, el sufrimiento no solo viene del cuerpo. Muchas veces, viene de la mente: de imaginar finales, de anticipar pérdidas, de preguntarse cómo será morir o qué pasará con la familia cuando ya no estén.
Fabio ya no puede viajar mentalmente hacia ese futuro incierto.
Su demencia detuvo esa angustia antes de que germinara.
Él recuerda lo que pasó en la mañana, a veces lo de ayer… pero no más.
Y en esa limitada ventana de memoria, Fabio encontró algo que muchos pacientes sin demencia pierden: la capacidad de vivir un día a la vez.
El presente como refugio
Sin quimioterapia, sin hospitalizaciones, sin el peso de un pronóstico que no puede retener, algo increíble ocurrió: Fabio empezó a recuperarse.
Volvió el apetito.
Regresaron los chistes.
Duerme mejor.
Se despierta con ganas de caminar, de conversar, de sentarse a ver a su familia ir y venir por la casa.
Fabio no sabe que tiene un cáncer sin tratamiento.
Pero sabe —y siente— que hoy se siente bien.
Que hoy puede comer.
Que hoy puede reír.
Que hoy puede ver a la gente que ama.
La demencia salvó a Fabio
Sí. Así, literal.
Lo salvó de sus propios pensamientos.
Lo salvó de invertir sus últimos meses en imaginar un futuro que ni él, ni su familia, ni siquiera nosotros —que no tenemos demencia— podemos predecir.
Fabio está viviendo como pocos logran vivir al final de la vida: en el presente absoluto.
En lo único que verdaderamente existe.
Y a veces, en consulta, cuando lo veo llegar sonriente, pienso que la vida tiene formas misteriosas de protegernos.
Que no todas las pérdidas son pérdidas en todos los sentidos.
Que, aunque suene extraño decirlo, la demencia también puede cuidar.

